No es uno de mis lugares preferidos para ir a entrenar o a hacer deporte, pero hace unos años coincidí con dos chicos bastante monos que me convencieron, sin proponérselo, de que no estaba tan mal tanto músculo hinchado. Quizás fueron las feromonas masculinas del ambiente, que al concentrarse todas en un local tan pequeño cargado de tíos, no pudieron más que atraer a las escasas féminas hasta lo que parecía un buen ejemplar del sexo opuesto, o simplemente la falta de un referente más cercano a la realidad. Sea como fuese, se nos nublaron los sentidos durante todo ese período, pero el embrujo se rompió y, al menos yo, volví a mi pensamiento anterior sobre los croisants de gimnasio.
- Amores de gimnasio.
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