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martes, 5 de octubre de 2010

*Lectura*

Cuando era pequeña no me gustaba leer. Mis tíos y abuelos me regalaban libros y yo los dejaba en la estantería acumulando polvo.

Recuerdo que hace bastantes años, mi tía "hippy guay" me compró un libro que me llamó mucho la atención, se llamaba Mary, la bruja del gato. Fue uno de los libros que me abrieron los ojos, que me enseñaron a imaginar, a volar en una escoba con Mary y su gato Mino, a viajar por distintos países en distintas épocas, que me ayudaron a descubrir realidades diferentes con dragones, elfos, magos, hadas, gnomos, enanos, brujas, reyes... con los que llegué a llorar, a alegrarme con sus victorias, a verme totalmente envuelta en la historia y no poder parar de leer en horas. A veces me pasaba la tarde entera leyendo hasta las tantas de la noche sin hacer descansos para picar algo o cenar. Desde ese momento no he parado de leer, y como no, de escribir.

Empecé escribiendo historias breves, y después, cuentos infantiles.

Me gusta escribir, sí. Pero realmente lo hago para desahogarme, para expulsar de mi cabeza todas las fantasías e historias que la llenan y no dejan espacio, a veces, para otras historias nuevas.

Algunos días despierto de sueños que tendrían suficiente argumento como para rellenar las cuatro paredes de mi habitación con un tamaño de letra normal. Sueños con miles de descripciones y ubicaciones rarísimas y absolutamente surrealistas.

Muchas veces voy por la calle y se me ocurren frases o temas para historias e inmediatamente tengo que apuntarlas en el móvil o en alguna hoja suelta para que no se me pasen por alto. Ya he olvidado muchas de las reflexiones que de golpe me vienen a la cabeza, pero lo más gracioso y odioso es que solo me vienen cuando estoy estudiando o tengo algo muy importante que hacer.

Aunque siempre encuentro un rato para escribir y desarrollar los temas.