Se han abierto las puertas a un nuevo mundo realmente maravilloso, lleno de belleza, misterio, sentimientos, de amor, que le da importancia a las pequeñas cosas de la vida. A rozar la hierba mojada con las yemas de los dedos, de mirar la lluvia como si fuese un gran acontecimiento y, de pronto, salir corriendo bajo ella y sentir como cada gota resbala por nuestro rostro y, poco a poco, nos inunda hasta el tuétano de los huesos.
Observar el musgo que crece entre las tejas de las casas más bajas que mi habitación, y sorprenderme sonriéndole al cielo, simplemente porque está lloviendo, y tengo una ventana para observar cada hilito de agua que se desliza suavemente por el tejado y cae directamente sobre las cabezas de las personas poco precavidas que olvidaron su paraguas en casa, colgado en un perchero, o en un armario, pensando que ya no volvería a llover, que el Sol que les besaba las mejillas cada mañana seguiría ahí cada día como amante en el balcón de su amada.
Pero hoy el Sol no ha salido, la lluvia ha venido a vernos a personas como yo, al igual que el viento, con varios grados menos, para acariciar nuestro pelo, para producirnos escalofríos y erizarnos el bello de los brazos y de la nuca.
Hoy, como cada día que el cielo se nubla y precipita su enfado sobre nosotros, he salido a la ventana, para escribir sobre las cosas que me interesan, estos pequeños momentos "disfrutables" que emocionan y alegran el alma.
De nuevo, como cada vez, el frío me ha calado demasiado hondo y me duele la barriga, pero como otras tantas veces, ignoro el dolor y sigo observando las antenas de televisión hacer círculos al son del viento. Los pájaros jugando bajo la lluvia revolotean toda la ciudad, libres, sin vértigo, sin preocupaciones. Escucho la música que más me gusta para la lluvia, The Dodos, realmente una buena combinación, porque ambos sonidos consiguen sacarme sonrisas, recordar momentos inolvidables, personas inolvidables, paseos por el campo, juegos prohibidos, lágrimas inconfesadas, ocultas a las personas que más me apoyan y me aprecian. Me gusta mirar más allá del primer plano que se presenta ante mi ventana. Allá a lo lejos veo el monte, tan verde e impenetrable como siempre. Un claro a la izquierda, desde septiembre, cuando el fuego consiguió reducir a cenizas varios metros, ¡qué digo! kilómetros del espeso pinar, cuyos árboles son incluso más antiguos que esta ciudad.
Me gusta la lluvia porque no es constante, y refresca algunas tardes veraniegas. Muchas personas dicen que les produce una sensación de nostalgia, aburrimiento, monotonía, pero mi reacción es otra. Desde mi ventana veo un mundo empapado de esperanza, esperando que descubramos lo que de verdad importa, que lo veamos con ojos distintos, personales, individuales, maduros e infantiles al mismo tiempo.
Me gusta la lluvia porque no es constante, y refresca algunas tardes veraniegas. Muchas personas dicen que les produce una sensación de nostalgia, aburrimiento, monotonía, pero mi reacción es otra. Desde mi ventana veo un mundo empapado de esperanza, esperando que descubramos lo que de verdad importa, que lo veamos con ojos distintos, personales, individuales, maduros e infantiles al mismo tiempo.
Una ventana cercana se abre, un niño mira la lluvia, su expresión ha cambiado, ese niño quizás pretendía, esta tarde, jugar en el parque con sus amigos, o pasear con su madre, o quizás mil cosas a la vez o dos mil. Pero la lluvia no le dejará, ha nadie le permitirá disfrutar del calor del amor sobre el césped, de descubrir en las nubes retales de su vida.
Hoy es día de salir al balcón, encender un cigarrillo, hacer "Oes" con el humo (o barcos), leer las aventuras narradas por grandes escritores, día de ordenador, de juegos de mesa, de televisión, quizás de paseos bajo la lluvia, de bares, de reuniones en casa de los amigos, de ver pasar el tiempo sin hacer nada.
Adoro estos días, en los que cientos de personas miran desde sus ventanas las gotas de agua que cubren sus cristales, sus vidas, y que esperan que pase pronto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario