Algunos
dicen que nosotros mismos somos nuestros peores enemigos. Me costaba creer que
alguien se boicoteara a sí mismo, pero es cierto. Desde hace algún tiempo he ido quitándome
importancia, haciéndome más pequeña a mí misma. Me he subestimado y he dejado
que la percepción que otras personas tienen de mi personalidad se adueñara de
mi yo real.
Con
paciencia y constancia he creado una jaula perfecta que me absorbe, aleja y
esconde del mundo. Pero, como con todas las jaulas, por mucho que nos
esforcemos en acomodarlas y hacerlas más interesantes, al final son sólo eso,
una jaula. La jaula. Y no es nada acogedora.
Por
norma general, me agobia sobremanera sentirme atrapada ya sea por alguien o por
algo. A veces aguanto demasiado y otras al instante escapo. Por eso decidí dejar
más espacio entre sus barrotes, para poder salir de ella sin romperla. Es un
lugar recurrente.
Sinceramente,
no me arrepiento de haberla creado, tampoco era consciente del hermetismo de
sus paredes. Cumplió su función. No sólo aprendes a valorarte y conocerte sino
que descubres o reencuentras virtudes que no te atribuías y sobre todo, la
valentía. Esa fuerza que te empuja a hacer cosas que antes no habrías hecho. A
salir de tu zona de confort. Mi zona tiene hasta playas... ¡no veas el esfuerzo
que me ha supuesto salir de ella! Pero esa osadía que se ha extendido por todo
mi ser, de forma casi imperceptible, es la que me mueve a hacer (y decir) esas
cosas que antes por timidez o temor no las pensaba siquiera.
No hay comentarios:
Publicar un comentario