Pequeña. Esa es la palabra que te identifica
en esta situación. Te sientes pequeña, porque ves desvanecerse una gran parte
de ti con el último adiós. Te culpas por lo sucedido, lloras hasta secarte por
dentro, te torturas, buscas respuestas y, finalmente, te preocupas más por su
bienestar que por el tuyo.
Pero pequeña, a partir de ahora eres libre.
No tienes que preocuparte por ese que no supo tratarte como te merecías, por
ese que no dudó en utilizar las palabras más viles y dañinas para romper
contigo, sin importarle tu integridad, proyectando todas sus carencias en ti
como si realmente hubiera sido todo culpa tuya... ¡Qué desgraciado! No supo
hacerte vibrar, ni ver tu luz, ni siquiera sacarte la chispa, y sin embargo
siempre se le ha dado genial hacerte llorar y sentir mal ¡qué triste!
Como amiga tuya, he pasado contigo las dos
rupturas más importantes, y juró que pasaré todas las que ocurran a lo largo de
tu vida. Te he visto con los ojos rojos e hinchados, he compartido tu angustia,
tu miedo, tu desolación. Y ojalá comprendas que tú no tienes la culpa de sus
celos, que el amor es un camino que ambos decidís recorrer juntos pero
conservando vuestra libertad. Ojalá entiendas que el amor no son los límites a
los que estás acostumbrada y que tampoco lo es el control al que estabas
sometida. Por eso, pequeña, llora de alegría porque te has librado de alguien
que te mantenía presa y no te dejaba crecer. Ahora sí, mi querida fénix, esta
será la primera vez que te vea resurgir y alzar el vuelo desprendiéndote de
todo lo malo que te ha tocado pasar. Estoy muy orgullosa de ti.
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